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Retrato antropológico (2)

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La Luna está en lo más alto, y el cielo cubierto de estrellas; los pies me sangran. He tropezado con una rama, y estoy cansado; cansado de todo, de mi aldea, de mi clan, de las ovejas. En el zurrón llevo quesos y un jabato, espero cambiarlo por dinero en Kelatza y viajar con los tratantes árabes. Necesito conocer mundo y otras tierras.

     La senda no es fácil seguirla; me da miedo perderme, no me molestan las piedras, los riachuelos o las barranqueras. Pero eso sí, por la noche tengo pánico al bosque. Los espíritus viven en los grandes quejigos y carrascas; te pueden llevar con ellos; hay que tener cuidado; he de espantar a los malos espíritus e invocar a los buenos. 

Mi padre ya me enseñó cómo hacerlo: cojo dos guijos del riachuelo, uno en cada mano y los golpeo con fuerza varias veces, y lanzo el grito de guerra ibero, hago un círculo por encima de la cabeza y lanzo las piedras con mi honda de esparto contra los grandes árboles del bosque, cojo ceniza del saquito que llevo en el cuello, y con un poco de agua del riachuelo hago una pasta y me señalo la frente y mejillas. Ya estoy preparado para cruzar el bosque, soy un kelatzarái y formo parte de los grandes árboles. Noto la presencia del lobo, su aliento sobre mi cuello y su mirada en mi nuca. ¿Es que nunca voy a llegar? ¿Dónde estás, Kelatza?
¿Por qué te ocultas a mi vista?. Estoy empezando

a arrepentirme; pero no puedo volver atrás. ¿Qué diría Irma y su familia?. Les prometí volver con el dinero suficiente para pagar su dote, y si no, nunca sería mi mujer.

     Loma tras loma continúo andando, sin mirar hacia atrás; mi decisión es firme. He de continuar. De pronto, al subir un alto, mi corazón da un vuelco de alegría. Ahí está Kelatza. ¡Qué bonita es bajo la luz de la diosa Luna y su manto de estrellas! Pronto estoy en la puerta de sus murallas. Cerca del río, lanzo el grito kelatzarái y un guerrero me contesta y me abre la puerta. 

     Me pregunta a qué clan pertenezco y mi nombre, qué es lo que he venido a hacer y por qué. Le respondo lo mejor que puedo. Parece que le he convencido y me señala un sitio donde pasar la noche. Cuando la diosa Luna se vaya a dormir y se despierte su esposo el Sol, Kelatza despertará y entonces podré vender en el mercado mis quesos y el jabato, y buscaré un comerciante que vaya a Denia y me iré con él; pero volveré. Kelatza es mi pueblo y yo un kelatzarái. 

Vicent Navarro.

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