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Retrato antropológico (3)

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En la pequeña cumbre de rocas cerca del río nuestro, en el camino que va a la tribu vecina, hay un pequeño poblado de Kelatza donde vive un clan de alfareros. Realizan sobre todo objetos de uso doméstico: platos, vasijas, pequeñas tinajas, recipientes para la cerveza, urnas cinerarias... 

     Los hornos de cocción son oquedades practicadas en pequeñas laderas del terreno, a las cuales se realiza un agujero por la parte superior para la salida del humo. El proceso de cocción es el siguiente: en el fondo del hueco se depositan unas gruesas ramas, después se echan más pequeñas hasta que el alfarero considera que son suficientes para la cocción. Coloca encima de la leña vasijas rotas y después las que desea cocer. Tapa la boca del horno con piedras, barro y tierra. Dejando un agujero para encender el fuego que hace de tiro, después hay que vigilar el horno que arda bien. Una vez apagado, hay que esperar que se enfríe, y si hay suerte saldrán las piezas bien cocidas y sin roturas. 

     Esta mañana hace frío en mi cabaña. Enciendo el fuego y me preparo unas migas. Estoy triste, tengo doble motivo, el hijo de mi hermana ha nacido muerto y lo hemos enterrado según nuestra costumbre ibérica al lado de la casa en el muro exterior. Cuando vengan mis hermanos iremos a la villa romana apor el cuerpo de mi padre que ha fallecido repentinamente. Había ido a vender unos corderos, estaba haciendo el trato y bebían para celebrarlo, cuando ocurrió el fatal desenlace.

     He ido al poblado alfarero, he comprado una urna cineraria, la mejor que tenían. Mi padre era jefe de clan y tiene derecho a ser enterrado con todos los honores.

     La necrópolis está situada en la parte superior de nuestro río. Desde Kelatza salimos con el cortejo fúnebre, las plañideras van llorando y se entonan cantos fúnebres mientras dos flautistas tocan tristes melodías. 

     Preparamos una gran pira con nuestros troncos y encima depositamos el cuerpo de mi padre. lo hemos vestido con una túnica de lino teñida de rojo. Sobre el pecho lleva colocado su pectoral con el lobo   

como emblema; de la cintura sale la correa con su falcata y el cuchillo, a la derecha la lanza, y el escudo de madera y cuero en su parte izquierda, en los brazos, protectores de cuero y brazaletes; en las piernas polainas y en los pies abarcas de cuero, sobre la frente una cinta y el rostro pintado con ceniza. Mientras se recitan en verso sus hazañas, cada persona que lo desea recuerda y alaba a mi padre.

Parejas de guerreros luchan durante horas mientras arde la pira, como homenaje al gran guerrero que fue mi padre.

Cuando el fuego reduce todo a cenizas recogemos los restos que han quedado, algunos pequeños huesos, la falcata retorcida por el fuego, el cuchillo, un par de fíbulas de hierro, los brazaletes y la ceniza. Lo metemos todo en la urna, hacemos un pequeño hueco en el suelo y colocamos ésta junto con su plato, una vasija y un vaso. A su alrededor, levantamos una pequeña base cuadrada con piedras y barro de un brazo de alto por cinco de largo y se va rellenando todo con piedras y tierra. Encima hacemos otra base más pequeña de un brazo de alto por tres de largo. En la parte superior colocamos una estela de piedra con su nombre y una leyenda. 

     Hoy hemos ido al río a por pequeñas piedras, las traemos en gran cantidad y de distintos colores: blancas, marrones, negras, grises. Con ellas haremos un mosaico en la parte frontal del túmulo.

     Sesín, mi hermano, es un buen dibujante. Sobre el suelo debidamente preparado con una base de barro, dibuja a la diosa del Más Allá, lugar donde van las almas, y a dos lobas guardianas. Tagis, el hermano de mi padre, va colocando las piedras según los colores y poco a poco va perfilando las figuras. Hemos tardado en total dos días para terminar el mosaico. Mi hermana Nava ha recogido flores y deposita un ramo encima. El conjunto ha quedado acabado. Nos vamos tristes y alegres a la vez. Hemos cumplido con las honras fúnebres a nuestro padre. 

 
 

Vicent Navarro.

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