Arte rupestre en la Serranía de las
Cuerdas
Cinco mil años. Quizás seis mil, o incluso puede
que se aproximen a ocho mil, los años que llevan impresas en nuestras tierras esas
imágenes que hoy llamamos pinturas rupestres. ¡Toda una eternidad!
Hace unos cinco mil años, en el valle del Nilo se
construían las grandes pirámides, mientras en el occidente europeo se erigían los
grandes monumentos megalíticos. Si pensamos seriamente en todo lo acontecido desde
entonces nos daremos cuenta de inmediato de lo milagroso de la supervivencia de las
pinturas rupestres. La inmensa mayoría de las pinturas rupestres del Holoceno en la
Península Ibérica se realizaron en abrigos y covachas de escasa profundidad, casi
indefensas frente a los elementos modeladores del relieve, como el sol, el viento, el agua
o el hielo, y los procesos químicos originados por ellos, que evidentemente les han
afectado desde el mismo día de su realización hasta la actualidad. Sin embargo, todavía
hoy podemos disfrutar de su contemplación, y aunque no conozcamos la totalidad de sus
secretos, su magia sigue estando patente. Por otro lado, casi un siglo de
investigaciones destinadas a esclarecer su antigüedad no nos permiten afirmar con
seguridad cuál es su ubicación cronológica. Desacreditada la hipótesis inicial que las
situaba en el Paleolítico hoy se duda en su adscripción al Epipaleolítico o al
Neolítico, prolongándose su realización en el caso de algunas pinturas esquemáticas
hasta bien entrada la Edad de Bronce.
Ese milagro al que me refería, que ha permitido la
pervivencia de unas sencillas recetas pictóricas más allá de lo que cualquier pintura
industrial de nuestros días pueda soñar, ha sido posible por la mineralización y
consiguiente fosilización de los pigmentos en unas condiciones óptimas para ello, pese a
lo cual, muchas de las pinturas realizadas por nuestros antepasados se han perdido.
Tampoco cabe duda que las hicieron con cierta voluntad de permanencia que permitiese
conservar su valor simbólico generación tras generación. Si tenemos en cuenta que, por
utilizar el ejemplo de nuestra provincia, las pinturas más recientes se fechan con
certeza en el inicio del II milenio a. C., y que
probablemente el arte levantino se situara a caballo entre el Epipaleolítico y el
Neolítico, es decir, entre el VII y V milenio a. C., los paneles pintados se habrían
estado usando durante un lapso temporal de, al menos, tres mil años. Los repintes, las
distintas y variadas autorías apreciables, o los diversos estilos nos hablan de los
diferentes usos que se dio a estos abrigos rupestres y aunque el paso del tiempo
modificase parte del complejo entramado de sentido de las pinturas, buena parte del mismo
se conservó por encima de los cambios estilísticos y de las sociedades y culturas que
los engendraron.
Esa voluntad de permanencia, ese anhelo de eternidad
es la antítesis de la fragilidad real de las pinturas a causa de los procesos de
degradación y destrucción de la roca que les da cuerpo y vida y de las condiciones
ambientales variables que alteran el delicado equilibrio que las sustenta. De ahí las
dificultades de su preservación a lo largo del tiempo. Pero como mejor se demuestra su
fragilidad es ante la acción humana; son innumerables los abrigos que hoy se han perdido
para siempre por toda la Península Ibérica: pinturas arrancadas impunemente figuras
mojadas y frotadas hasta prácticamente hacerlas desvanecerse, grabados y dibujos
añadidos por los visitantes con menos escrúpulos, técnicas de estudio y reproducción
inadecuadas, etc... Aunque resulte triste afirmarlo, en ocasiones, la mejor manera de
conservar las pinturas rupestres es no divulgar su existencia. Pero, ¿es esto legítimo?
Sin duda, no. El legado cultural de nuestros antepasados es un bien común que todos
tenemos la obligación de preservar y transmitir como herencia a nuestros descendientes
para que también ellos puedan conocer de primera mano una riqueza tan singular como el
arte rupestre post-paleolítico hispano. En nuestra provincia son cada vez más numerosos
los abrigos conocidos con pinturas rupestres. En la actualidad superan los veinticinco,
repartidos entre La Mancha, con dos abrigos pintados, y la Serranía, donde destaca
sobremanera la Sierra de las Cuerdas con más de veinte abrigos. Villar del Humo tiene el gran
honor y la enorme responsabilidad de contar con la inmensa mayoría de los abrigos con
pinturas de la Sierra de las Cuerdas. Por fortuna, su estado de conservación es
generalmente bueno, por lo que a su interés intrínseco se unen unas condiciones óptimas
para su disfrute estético.
Enclavados en los magníficos paisajes del rodeno,
debemos hacer un primer esfuerzo para comprender su existencia en el marca físico en que
fueron realizadas las pinturas. Sólo entre la tupida vegetación que se desarrolla en el
rodenal y rodeados por las moles de arenisca roja es posible comenzar a percibir su
sentido. Lejos de estos serían imágenes muertas, fuera de contexto, quizás mejor
protegidas, pero privadas de su íntima relación con los terrenos para los que fueron
concebidas. Corrientes teóricas como la arqueología del paisaje han permitido comprender
que la funcionalidad de las pinturas rupestres, con ello, su significado cultural y
social, está profundamente ligado a sus enclaves físicos; no es lo mismo un
enclave de las características de Selva Pascuala, abierto, visible desde
cierta distancia, que abrigos semiocultos, con una única vía de acceso como la Peña del
Castellar. Ceremonias comunitarias y cultos privados, marcadores territoriales y
referencias en las vías de comunicación demandan ubicaciones diferenciadas, con unas
características físicas adecuadas a sus distintas funcionalidades.
Junto a estos elementos, la pintura rupestre de la
Sierra de las Cuerdas, y de Villar del Humo en particular, aporta una enorme diversidad de
estilos pictóricos prehistóricos. Casi la totalidad de las formas postpaleolíticas identificadas en la península Ibérica están aquí
representadas, y en un número relativamente modesto de abrigos lo que nos reafirma el
hecho apuntado anteriormente del acto de pintar en unas determinadas localizaciones. Los
estilos lineal-geométrico, levantino, y esquemático, más algunas variantes locales muy
difícilmente encuadrables en los esquemas al uso, con forman una riqueza patrimonial
excepcional. Un abrigo como la cueva del Tío Modesto, de Henarejos, es capaz de integrar
en un solo panel todas las secuencias de estilos señalada, algo que no se conocía con
semejante claridad hasta hoy en la Península.
Las magníficas imágenes animalísticas de Selva
Pascuala o de Peña del Escrito figuran entre las más bellas desde el punto de vista
plástico de toda la prehistoria reciente hispana. Junto a ellos, inescrutables imágenes
esquemáticas de los abrigos en los extremos de la Sierra de las Cuerdas nos abren un
horizonte de influencias de Sierra Morena, Andalucía y Portugal mucho más complejo que
el tradicionalmente admitido, y que nos hablan de relaciones con el mundo megalítico.
Imágenes que no por ser abstractas son menos dignas de preservación y estima que las
naturalistas, por otro lado, tan herméticas como aquellas, sobre todo en Villar del Humo.
La supuesta facilidad de comprensión del arte levantino descansa en cu naturalismo y en
la narratividad de las escenas de caza o de una supuesta vida cotidiana, pero debajo de
esta aparente sencillez se oculta un complejo entramado de significados religiosos y
sociales que sólo hemos empezado a entrever. En el caso de los extraños diseños de la
Peña del Escrito II y de Cueva del Bullón, tan alejadas de los estilos
esquemáticos tradicionales, su presencia ha sido prácticamente silenciada durante la
mayor parte del pasado siglo XX, pero su interés documental no puede ser despreciado.
En definitiva, Villar del Humo y la Sierra de las
Cuerdas cuentan con un patrimonio histórico-artístico excepcionalmente rico en el
contexto peninsular, riqueza que desgraciadamente no ha recibido todavía la atención
científica que merece. El proyecto de investigación que, aprobado y financiado por la
Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha,
tengo el honor de dirigir en la actualidad, tiene como primer objetivo actuar en
vanguardia de la conservación de este patrimonio de todos, realizando las labores de base
que permitan su incorporación a las líneas de investigación actuales, al tiempo que se
intenta incrementar ese patrimonio mediante la localización de nuevas pinturas que
enriquezcan aún más ese legado del que hablamos al principio.
Nuestro trabajo es una apuesta por la conservación
del que, sin duda, es el patrimonio cultural más valioso de la Serranía de Cuenca.
Objetivos que sólo con el apoyo de todos los naturales de Villar del Humo será posible conseguir. Además, si de alguna manera conseguimos
fomentar su conocimiento y conservación, todos nuestros esfuerzos habrán sido
sobradamente recompensados.
Juan Francisco Ruiz López
-Arqueólogo-