Una población como la nuestra que es mayoritariamente sexagenaria
y que en numerosos casos pasa de los setenta años, me ha dado que pensar y por tanto creo
que merece nuestra atención y algún comentario.
A la pregunta de qué hacemos con nuestros mayores, mi respuesta, como la
de otros, sería: quererlos, escucharlos y cuidar de ellos cuando nos necesiten. Pues por
ellos, nosotros estamos aquí. Por nosotros dieron y darían todo. Ellos son las páginas
de un libro que reflejan nuestra historia. No deben considerarse como trastos inútiles,
pues aún podrían enseñarnos mucho si nosotros los escucháramos con más atención,
porque son fuente inagotable de sabiduría.
A lo largo de
la historia, numerosos pueblos han estado regidos por Consejos de Ancianos, y ¿acaso
creéis que aquellas comunidades funcionaban peor que las actuales? No , amigos, al menos
yo no lo creo. Tampoco pretendo reivindicar la implantación de un matriarcado o
patriarcado octogenario.
Pero no dudo de que estas personas por su larga experiencia en la
vida podrían, repito, aconsejarnos mucho y bien.
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Reconozco que hay momentos en que dicen o hacen cosas que no deberían
decir o hacer, pero... ¿acaso nosotros no nos comportamos a veces de forma errónea o
improcedente? Ellos, como nos pasará a nosotros, pierden facultades: su vista ya no es
tan clara como antes, su memoria a veces les traiciona, sus piernas ya no resisten y a
veces les cuesta caminar, sus corazones son más débiles, su pulso con frecuencia les
tiembla. A propósito del pulso, me viene a la memoria una anécdota que voy a contaros.
No hace mucho tiempo una familia de cuatro miembros: abuelo, padre y
esposa y el hijo de estos estaban comiendo alrededor de la mesa y al abuelo le temblaba el
pulso. A éste. al ir a beber agua, se le cayó el vaso de cristal y se rompió.
Inmediatamente, el hijo, muy enfadado, le gritó: "¡Padre, la próxima vez beberá
en un vaso de madera para que no lo rompa!". El vejete, resignado, atemorizado y con
la cabeza agachada, le contestó: "Lo que tú digas, hijo". Pero, lo que es la
vida, amigos. A los pocos días, el hijo que había sido tan duro con el abuelo, vio al
chico con un trozo de madera vaciándolo con una navaja. El padre le preguntó:
"¿Qué haces con eso?" Y el chico respondió: "Un vaso de madera, papá,
para que bebas en él cuando seas mayor".
Y es que, amigos, la vida a veces actúa con implacable justicia y, según
hacemos, así nos harán.
CÉSAR R. N.
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