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 Nostálgicos

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El oficio de dulero

     Esta palabra, a los más pequeños y no tan pequeños, quizá no les diga nada y tengan que hojear el diccionario, pero para nuestros padres y abuelos, tal vez signifique LIBERTAD. 

     Hablar del oficio de dulero a algunos, les puede parecer que le están hablando de la época romana y lo que no saben es que les están hablando de hace cuatro días, porque hasta mediados de los cincuenta aún, aquí en el pueblo, existía ese oficio y, todavía hoy, vive quien fue el último dulero conservando aún ese mote (Julián el Dulero); nuestros padres y abuelos fueron sus clientes. Dula es una concentración de animales, por regla general, de carga (caballos, burros y mulos) al cuidado de una persona o más, dedicadas a ello, de ahí el oficio de dulero. Esta concentración se llevaba a cabo para no tenerlos encerrados en sus cuadras los días que no trabajaban y ahorrarse la comida para días peores. 

     El dulero llevaba la dula a pastar, pero antes se tenía que pagar la iguala, que consistía en pagarle al dulero por animal y año una cantidad en especies ya determinada, casi siempre trigo, pues en aquellos tiempos dinero había poco, y lo tenía quien lo tenía; así cuidaba del animal cualquier día del año, ya que para él no existían las fiestas. 

     La concentración de los animales se hacía por las mañanas a la salida del sol y terminaba a su puesta. El dulero haciendo sonar un cuerno antiguamente y más tarde una caracola, indicaba el lugar, el principio y el final de la jornada, que por regla general se hacía en el Barranco. Una vez reunidos, comenzaba la marcha y seguía sonando el instrumento hasta la Cruceta, y por la tarde a la inversa: de la Cruceta al Barranco, para que a todos aquellos rezagados les diera tiempo de llevar y recoger. Una vez allí, se les dejaba sin ningún atavío y todo el día iban como un rebaño de ovejas.

 

Los burros, por regla general, no se llevaban, porque ni pastaban ni dejaban pastar, ya que se pasaban el día rebuznando y oliendo el trasero de las hembras para ver dónde podían saciar su instinto reproductor. 

     Había concentraciones de 200 y 300 mulos, pero las mayores se daban en los días de fiesta y del matagorrino . Los hombres esos días se sentían liberados, ya que no tenían que preocuparse de ellos. Pero, como en todo, había algo de malo: en los días de fiesta, en las sesiones del baile por la tarde (porque hasta hace pocos años había baile por la tarde y la noche coincidiendo con el antes y el después de la cena), normalmente la recogida de los animales se asignaba a los mozos y coincidía su recogida con la venida de la luz, ya que entonces sólo había luz desde la puesta de sol hasta su salida y así, día tras día. 

     Como la sesión de baile de la tarde se acababa con la venida de la luz, y al mismo tiempo coincidía con la puesta de sol, ésta era la señal inequívoca para la recogida de los animales, aunque siempre se alargaba un poco más, aquellos mozos que en toda la tarde no se habían comido ni una rosca, aprovechaban ese pequeño tiempo en que los demás se iban a recoger sus animales para echarse, si tenían suerte, unos cuantos bailes con las mozas que andaban sin novio, o su pretendiente más querido se había marchado: entonces entraba en esce- na el cabezón de turno, como diciendo el que la sigue la consigue, ahora es la mía, yo también te quiero, aunque para su desgracia él no entraba en los planes de la moza. Pero como la esperanza es lo último que se pierde, pese a haber estado recibiendo calabazas toda la tarde, a veces conseguía arrancarle un baile a la moza de sus sueños, y sus penas entonces eran menos, aunque sus animales estuvieran esperando a alguien que les abriera la puerta de la cuadra. 

     Para algunos había merecido la pena; sin embargo, para la mayoría, la desesperación y a esperar el próximo domingo a ver si había más suerte. 

     Las mozas sabedoras de todo esto, cuando se iban sus pretendientes más queridos, ellas se retiraban en desbandada. 

     Así fue la dula y sus consecuencias. 

José Ramos Ferrer.

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