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 Nostálgicos

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Fuenteamarga

Aún no ha amanecido. Los farolillos de las calles alumbran ya cansados y desean que el sol los reemplace.

     Risas, sueño y algo de frío. El grupo sale para empezar el largo camino. Atrás queda el pueblo dormido. Repunta el día, huele a mañana fresca, poco a poco sobra el   abrigo.

     Al llegar a La Venta aparece ya el "bocado".
     ¡Qué frescos pepinos los de la mañana!
     ¡Qué agua tan deseada!
     El sol ya impone su fuerza.

     Seguimos, dejando el amplio camino para subir a la barraca.
     Ya no hay sendas, las piedras rodenas dan vueltas a su antojo.

     ¿Aún falta mucho?
     Los mayores cuentan su historia.
     Los jóvenes escuchamos con ganas.
     ¡Allá está! ¡Allá aparece la ladera de la colina cubierta de aliagas!
     Llegamos a Fuenteamarga.

     ¡Aquí pasamos días y días de siega!
     ¡Mira esto! Eran los atrojes.

     Por aquí estaban los gallineros, y las gallinas libres picoteaban donde más les gustaba.
     ¡Qué magia adivina aquel lugar! 
     El viento me acaricia el rostro, el mismo viento que en aquellos años de grandeza soplara una y otra vez.

     Puedo oír los cantos de los segadores; puedo oler el aroma de los almuerzos que les llevan sus mujeres; siento su cansancio al llegar la noche.

     Así día tras otro.

     Como ya no hay trigos verdes, ya no hay niños que ríen debajo de las sombras.

     La vegetación crece salvaje, los animales anidan donde les place y todo vuelve a ser virgen.

     Me despido con la mirada de aquellos lugares tan vividos por mí, llevándome algo del pasado en el corazón.

J. Ferrer Navarro.

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