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En agosto de 2001 se celebró el 1er Concurso Literario. A continuación reproducimos el texto ganador. 

Un pequeño Paraíso

Era maravilloso. Todavía lucía el sol en lo alto del cielo iluminando la inigualable belleza del lugar, un pequeño paraíso.

Frente a mí y extendiéndose hacia mi derecha, montañas que guardaban los secretos del tiempo, con sendas y caminos que conducían hacia donde reposaban alegres manantiales y tranquilos bosques. Quizás olvidadas las cuevas señalaban el camino hacia las mismas entrañas de la serranía, ¡quién sabe qué tesoros debían cobijar!

La forma de las montañas revelaba su propia vejez. Habían sobrevivido al paso de los años; con sus mudos y vastos parajes podían contar las historias y leyendas más diversas. Entre sus pinos y matorrales debieron jugar, pasear y trabajar antaño los niños, hoy nuestros abuelos; su recuerdo ahora todavía permanecía silencioso en el bosque.

El paisaje era verde. El bosque vestía las montañas durante todo el año y en toda su extensión, hasta allí donde podía alcanzar con mi vista.

Desde donde yo estaba, podía distinguir en la falda de una montaña una estrecha carretera que llevaba al pequeño pueblo, nuestro pueblo, oculto en el valle. Era un pueblo viejo con casas blancas, algunas ya en decadencia. Sobresalía, aunque no muy por encima, un campanario hecho de piedra cuya campana repicaba alegremente al sacar a nuestra Virgen del Rosario en procesión.

Alrededor del pueblo, un poco apartadas, pequeñas casitas de piedra y tejas salpicaban el paisaje. En otros tiempos eran utilizadas para almacenar el grano, trillar y otras actividades; ahora estaban inutilizadas algunas de ellas, y otras, reforzadas, todavía se usaban para cobijo de gallinas o mulos, o para guardar leña y aperos.

Un riachuelo se extendía a los pies de éstas y bordeaba el pueblo. Pero no era fácil de ver pues le ocultaban los altos álamos y a la vez le delataban persiguiéndole en su recorrido.

Detrás de mí sólo existía montaña. Tan verde como las antes descritas, pero con una peculiaridad: entre pino y pino rocas planas de colores rojizos y grises; tumbados boca arriba sobre ellas podíamos ver por las noches infinita cantidad de estrellas, el Camino de Santiago, y frecuentemente una estrella fugaz nos daba la oportunidad de pedir un deseo. Era el cielo más bonito que había visto en mi vida. Durante el día con la luz del sol se podían ver símbolos grabados sobre las rocas, algunas inscripciones tan antiguas que el viento y la lluvia casi las habían hecho desaparecer.

Estas rocas no se podían oponer a que entre sus extremos brotasen manzanilla, romero, espliego y otras hierbas que emanaban un olor que emborrachaba mi mente.

Y yo allí, respirando naturaleza y belleza, rodeada de montañas. Me sentía libre y feliz. Sobre mí estaba el cielo azul con pocas nubes blancas. A mi lado correteaban los pájaros e insectos que con sus sonidos rompían la proximidad del silencio. Todo era especial.

De vez en cuando una voz elevada a un grito, el ruido de un motor de un coche lejano y la visión allá abajo de otros puntos que debían ser personas, me recordaban que no estaba del todo sola...

Pilar Sales Eslava
1er Premio del concurso Literario 2001
 

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